Los viajes a Cumaná de niño cuando la Venezuela grande

Eran viajes cargados de emoción y aventura. Un solo viaje donde podíamos apreciar selva, llano y montaña además de pasar de las arepas de cerdo ahumado a las arepas con pescado frito. Era la Venezuela vieja, aquella en la que las cosas eran muy diferente a las de ahora.

Eran viajes cargados de emoción y aventura. Un solo viaje donde podíamos apreciar selva, llano y montaña además de pasar de las arepas de cerdo ahumado a las arepas con pescado frito. Era la Venezuela vieja, aquella en la que las cosas eran muy diferente a las de ahora.

Quiero escribir sobre mi familia, creo que sería lo primero que debo hacer si deseo llenar este blog de contenido. En un principio pensaba en redactar una especia de informe o estudio tratando de definir la familia que tengo y cómo ha sido a lo largo de mi vida. Pero en ese intento, como suele pasar, el contenido va llegando a raudales y tratar de abarcarlo todo amerita mucha escritura.

Así que en vez de eso voy a tratar de partir la información por partes y hacer descripciones más orientadas a eventos.

Con mi familia en la infancia he tenido buenas experiencias y también malas. Pero dentro de las buenas se encuentran los eventos de los que llegué a participar que parecen ser parte de cada infante contemporáneo conmigo. Pareciera que pasé por toda experiencia que cualquier niño de mi edad en aquellos años en Venezuela debería haber vivido.

Una de esas eran los viajes largos a casa de los abuelos.

Los viajes familiares a la casa de los abuelos.

Mi papá es del que madruga cuando viajábamos, a eso de la 1:00 de la madrugada. Lo escuchaba decir que le gustaba llevar un buen tramo antes del amanecer. Creo que pensaba que ese día el dormir significaba una especie de pérdida de tiempo; que ya dormiría cuando llegara. Para un niño que se despertaba todos los días después que el Sol ya hacía rato que había salido, pararme de la cama a esa hora era una experiencia diferente y yo amaba esas cosas.

Antes de salir

Escuchaba los pasos y preparativos de mis padres mientras ellos hacían esfuerzos por despertarnos de la mejor manera posible. Los ruidos habituales del exterior no estaban: carros, gente, pajaritos cantando, nada de eso se escuchaba. En el apartamento todo se escuchaba diferente, eran las mismas cosas del día, los mismos muebles y las mismas personas pero las cosas sonaban diferente, era el resultado de la forma de andar a esa hora de la madrugada para no hacer bulla a los vecinos: las cosas se toman con más cuidado, los pasos son con más precaución y las conversaciones son más bajas. Las conversaciones entre mis padres eran como quizás tenían que haber sido durante el día también, con calma y serenidad.

Casi antes de salir, los últimos ajustes en las maletas, ponernos ropa para el frío, algunas provisiones para el camino, dejar las ventanas bien cerradas, cerrar las llaves de agua y de gas del apartamento, no dejar nada en la nevera que pueda dañarse y el resto de cosas en las condiciones adecuadas para que todo quede bien a solas por un tiempo.

Cuando salíamos al exterior todo era maravilloso, contemplar las cosas del día bajo esa oscuridad, calma y temperatura diferente, con ropa puesta para el frío era una gran experiencia. Donde vivíamos es caliente, pero a esa hora del día estaba frío y luego el carro estaba cómodo y acogedor. Partíamos quizás a eso de las 2:00 a 2:30 am.

La ruta del Parque Nacional Guatopo

Desde aquél lugar donde vivíamos, el pueblo progresista de Santa Teresa, se podía tomar la ruta del Parque Nacional Guatopo, era una carretera con muchas curvas que atravesaba todo el parque. Ese parque era una zona natural del estado Miranda, era una región boscosa con maleza, ríos y montañas. Mi papá tomaba esa ruta porque acortaba bastante camino hacia el oriente del país. La ruta oficial habría sido ir a Caracas y desde allí tomar la ruta hacia oriente. La ruta por Guatopo baipaseaba (disculpen el verbo inventado – vainas de ingenieros) pasar por Caracas.

Carretera por Guatopo pero de día.

Bueno, recorrer esa ruta tomaba como alrededor de dos horas, pero la sensación de aventura era abrumadora. El sonido de las llantas, la vista de la carretera y de la maleza iluminada por los faros del carro y luego mirar la parte de atrás, el camino que iba dejando el carro pero sin las luces de los faros. Era un deleite mirar las siluetas tenebrosas que daban forma la maleza en la oscuridad durante el trayecto.

Sí había llovido mucho, algo habitual por aquella zona, era probable encontrar deslizamientos de tierra en el camino, tal cual como una vez nos pasó; cosa que preocupaba a mis padres y a cualquier adulto, pero a mi me parecía un agregado más a la aventura.

La primera intersección que se encuentra en el camino es la de Altagracia de Orituco, te hace saber que ya vas bastante lejos, era como una especie de punto sin retorno.

Luego salías de Guatopo, los paisajes efectivamente ya no eran los mismos, se empezaba a ver uno que otro poblado. Poblados que te hacían pensar, caramba, esta gente si vive lejos de cualquier cosa.

Luego de dejar atrás el Parque Nacional Guatopo no faltaba mucho para terminar ese primer trayecto del viaje y llegar al pueblo de Caucagua.

Caucagua

Caucagua era una especie de parada obligatoria para comprar café, arepas, cachapas y, si te apetecía, lo preferido por muchos, el chicharrón fresco y multitud de platos con carne de cerdo. Era un punto de parada para cualquier autobús de pasajero que venía de occidente, para viajeros como nosotros y para gandolas y camiones de carga que transitaban por la vía. Los establecimientos de comida estaban abiertos las 24 horas del día.

Era una zona en su mayoría de gente morena desde la época de la colonia con las haciendas cacaoteras. Allí se comercializaba bastante la carne de cerdo, café, y cacao.

La siguiente intersección era El Guapo, lo que significaba que empezábamos el último tramo del estado Miranda hasta Boca de Uchire.

Era una carretera transitada por muchos camiones de carga. Era habitual el cambio de luces para no escandelar al chofer del carro que venía en el otro sentido. Era una costumbre de respeto entre choferes.

Los alrededores de la carretera y los paisajes eran muy diferentes. Ya Guatopo parecía ser algo que quedaba en el pasado hace mucho. Se observaban caceríos y pueblos.

Estado Anzoátegui

Al llegar a Boca de Uchire significaba que habíamos dejado atrás el estado Miranda y nos adentrábamos al estado Anzoátegui, el primero de los tres estados que comprendían la zona nor-oriental del país. Tenía su atractivo ver los carteles de bienvenida a un estado en la carretera.

Luego de Boca de Uchire empezábamos a ver dos cosas, el amanecer en la carretera, vaina más espectacular, y las playas a lo lejos. Ver el sol salir, en un vehículo en medio de un viaje del que ya llevas un buen tramo recorrido da una sensación de aventura, una sensación de “apenas amanece y mira lo lejos que vamos”.

Luego de allí se perdían de vista las playas, la carretera era más de llano, nos adentrábamos al oriente de Venezuela. Si lograbas escuchar a alguien hablar ya notabas el acento oriental.

Clarines

La siguiente intersección era Clarines; Clarines era el primer poblado del estado Anzoátegui que realmente te daba la sensación de estar en el oriente de país. El simple hecho de escuchar el nombre Clarines era sensación de tierras del norte oriental de Venezuela. Y eso significaba estar ya en la región del país a donde queríamos llegar.

El siguiente punto era Puerto Píritu y creo que era luego de este punto donde nos encontrábamos con la famosa recta. Eran varios kilómetros sin una pequeña curva; al principio nos emocionábamos por estar en la famosa recta pero luego empezaba a desesperar la ansiada esperada de la siguiente curva en el carretera.

Luego de la recta, a medio camino entre Puerto Píritu y Barcelona, empezábamos a vislumbrar en el horizonte las estructuras de la refinadora petrolera de Jose (Jose sin acento en la “e“, lo escribí bien), lo que más se apreciaban eran esas torres donde se quemaba el gas. Un complejo industrial que te mostraba la grandeza de la industria petrolera de Venezuela, algo que era dado por tenido pero que en verdad era motivo de orgullo.

Barcelona – Puerto La Cruz

Finalmente llegábamos a Barcelona – Puerto la cruz o, El Puerto, como le dicen los locales. Son dos ciudades prácticamente unidas; si las recorres de un lado a otro no notas que estés saliendo y entrando de una a otra. Esas eran ciudades del oriente del país. Se habla con un acento muy diferente al de Caracas. Pero nuestro destino era más hacia el oriente. En el otro estado luego de Anzoátegui, Sucre. Las veces que hicimos esos viajes nuestra estadía en Barcelona – Puerto La Cruz era lo que duraba el carro en recorrerlas. Pero una vez creo que nos tomamos el tiempo, fuimos a un supermercado en Puerto La cruz y fue cuando noté el acento oriental. Y pasamos por Colón, que es un boulevard al estilo miamero.

Creo que era en esta ruta, luego de Puerto La Cruz, que nos topábamos con unos restaurantes a orilla de la playa donde el viajero solía parar comer. Aquí comíamos algo que indudablemente el plato principal era algo con pescado frito. Esta parada era una de las paradas esperadas en el viaje. Aunque se que mi papá no dejaba de pensar en los kilómetros que dejaba de recorrer por estar allí, un sentimiento muy normal del chofer. Creo que mi papá veía los carros pasar frente al restaurante y recordar haberlos pasado en alguna parte del camino.

Cumaná

Al salir de Puerto La Cruz, listo, rumbo a nuestra última parada, Cumaná: la parte más deseada del viaje. Llegar a Cumaná para mi era una sensación indescriptible. Todas las emociones de todo el viaje se volvían a repetir en las periferias de Cumaná.

Recuerdo que habían una especie de montañas de piedra roja a ambos lados de la carretera al estar llegando a Cumaná. La entrada a la ciudad daba una sensación de añoranza, de nostalgia, de reencuentro. Las señales del final de viaje pero el principio de la estadía.

Lo primero que vemos son las famosas playas San Luis, se trata de las playas más visitadas por los cumaneses y a donde seguro iríamos frecuentemente en nuestra estadía.

Luego mi papá tomaba la avenida Perimetral, la principal avenida de la ciudad. Ella nos llevaba a la calle García. Por la avenida pasábamos por la estatua El Indio, famosa en Cumaná y que nos hacía saber que ya estábamos allí.

La calle García

Era a donde teníamos que llegar, la casa de mi abuela se encontraba en esa calle. Quizás la hora a la que llegábamos sería a eso de entre las 11 de la mañana y 1 de la tarde.

Al llegar lo primero que hacíamos era soltar el saludo habitual: “bendición”, tanto a los tíos que se encuentren como a los abuelos.

¿Cuántas veces habrán sido? Quizás tres o cuatro. Creía en esos momento que serían cosas de toda la vida. Pero como cambian las cosas. Ya ese mundo no existe como todo en mi continente donde la degradación me recuerda la desaparición del pueblo de Macondo en Cien Años de Soledad.

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