Mientras duró, él y yo hemos aprendido a sincronizar esfuerzos juntos y a entender nuestras maneras de pensar.
Hace aproximadamente 4 años nos encontrábamos en el International High School Union Square, en el corazón del centro de Manhattan, una institución destinada a acoger a estudiantes que están recién llegando a los Estados Unidos, especialmente a aquellos que su idioma no es el inglés. Nos atendió la Coordinadora de Padres, Indira Breton, una chica encantadora; Alan estaba enrolándose en la secundaria.
Ella nos ayudó a llenar los papeles mientras nos explicaba lo que deberíamos saber sobre la vida de los estudiantes en ese colegio.
Ella nos decía que, entre tantas cosas, no suele ser fácil para los estudiantes ver clases en un idioma que no estás entendiendo y a su vez aprobar las evaluaciones de las materias. Por ello muchos estudiantes han tenido que poner todo su empeño para poder salir adelante.
Alan escuchaba tal cual adolescente a su edad y yo me preguntaba para mis adentros qué tanto podremos hacer. Es que cuando no conozco bien la magnitud de la circunstancia que viene, no tengo idea certera de lo tanto que podré con ella.
En medio de la reunión ella nos presentó un estudiante que ya tenía un tiempo en la institución y que, como ejemplo, la ha estado teniendo difícil; nos explicó que tuvieron muchas veces que quedarse con él hasta tarde para poder ayudarlo con los trabajos. El muchacho nos lo confirmó con una expresión en su rostro, conmemorando sus recuerdos, que no dejó lugar a dudas.
Ese era un jueves, y la intuición nos hacía pensar que empezaría sus clases al siguiente lunes. Pero Indira le dio a Alan la primera lección, te esperamos mañana, dijo. Alan se sorprendió, pero ella nos dio a entender que no había razones para esperar hasta el lunes; lo que me pareció una muestra de que estabas en una secundaria de los EEUU.
Al día siguiente nos fuimos juntos; en el camino traté de orientarlo e instruirlo sobre cómo usar el bullicioso sistema metro de Nueva York para llegar al colegio. Pensé que lo haría por lo menos la semana siguiente hasta sentirme seguro, pero esa fue la única vez que lo pude hacer (no obstante, la siguiente semana él se pudo desenvolver bastante bien sin mi ayuda).
Cuando llegamos, el guardia de seguridad nos reconoció del día anterior y nos dio una calidad bienvenida, algo muy usual de la gente de Nueva York; cosa que ayuda mucho para sentir que estamos en el camino correcto.
No obstante, evocando mi vida en el bachillerato venezolano, en ese liceo que para llegar tenía que caminar una recta (le llamábamos así, “la recta”) donde de un lado había monte y del otro caballos, pensaba en los conflictos típicos que Alan podría tener en ese sitio como los tuve yo en aquel otro.
Pero al verlo llegar y formarse en la fila para entrar, pude notar en su rostro que nada de lo que pasaba por mi mente estaba presente en la de él; por su mente pasaban otras cosas. Y la seguridad que reflejaba inducía en mí una sensación de alivio, llevando mi evaluación de las posibilidades a un rotundo “todo va a salir bien”.
A Alan le pasó algo parecido a mi cuando empecé el liceo: se encontró con un entorno nuevo, muy diferente a lo que él había vivido hasta ese momento y eso le hizo empezar un poco mal.
En las primeras notas no había salido bien. Le explicó a su mamá que esas notas eran satisfactorias, pero no era así. Eso provocó una molestia mía, tanto por las bajas notas como por su intento de engañar. A la final esas notas no eran tan bajas como yo creía, pero mi reprimenda creo que ayudó.
Alan, insisto, parecido a como me pasó a mi, puso todos los motores en máxima marcha y tomó el control de la situación. Empezó a estar encima de todas esas evaluaciones, tareas y requerimientos.
Luego empezó a mostrarnos sus puntuaciones y cómo algunos de sus trabajos eran mostrados en los sistemas online de la institución como ejemplo para guías de los demás estudiantes.
Después vinieron esos trabajos de análisis críticos sobre temas específicos donde había que formular una tesis y a partir de ella tomar evidencias escritas y analizarlas. En más de una vez tuvimos que hacer borrón y cuenta nueva. Era un trabajo tedioso y necesitaba mucho análisis. Y cuando todo salía bien, me venía el recuerdo de aquel chico que nos presentó Indira y lo importante que es la ayuda para un estudiante en esa situación.
En su transcurso en la secundaria, Alan hizo buenos amigos, conoció otros sitios, ingresó al equipo de fútbol y más tarde al de béisbol y vivió multitud de experiencias; incluyendo sus fiestas de graduación. La pasó muy bien a mi parecer.
Su acto de graduación fue el final de un largo camino que empezó con aquel día que nos atendió Indira Breton. Y me alegro y me reconforta mucho que haya terminado con la satisfacción de que fue algo que se logró con éxito, una misión completada exitosamente. Un ejemplo de cómo deben ser los resultados de todo proyecto en la vida.
Alan actualmente trata de definir lo que hará el resto de su vida, se le ve muy calmado y podría dar la impresión de que se está quedando en los laureles. No obstante, creo que tal como pasó luego de sus primeras notas, cuando aparezca su verdadero reto, Alan tomará al toro por los cachos. Pero hay que esperar, algo similar me pasó a mi.